Por Mario Vega Yañez[1].- Bolivia, un país sin mucha historia futbolística mundialmente reconocida, algunos torneos internacionales donde renombró un nombre de algún club que se lo anexo más a su territorialidad que a su estilo de juego. Una clasificación a un mundial de fútbol que ya no es tan reciente, pero que nos sacó lágrimas y aún nos la saca cuando lo recordamos a través de los vídeos, es muestra clara de una población altamente futbolera que juega, vive, comenta, siente y respira fútbol.
Si hay algo de lo que podemos culpar al fútbol es de generar juegos entorno a diversidad cultural dentro de una cancha, no importa el color, la etnia, preferencia sexual, alineamiento político ni inclinación religiosa, ahí dentro están quienes quieren jugar al fútbol y sobre todos los que se divierten haciéndolo, ese es el caso de este país.
La diversidad cultural dentro de la cancha se manifiesta en la misma historia boliviana, para entenderla debemos considerar las relaciones históricas contemporáneas entre sociedad y estado. Bolivia tiene uno de los más altos porcentajes de población indígena en América Latina, de acuerdo al Censo de 2001 el 62% de la población mayor a 15 años se declaraba descendiente de uno de los pueblos indígenas que existieron antes de la colonización que comenzó allá por el siglo XVI. Esta población declarada indígena estaba concentrada entre la población Quechua (31%), Aymara (25%) ubicados en la zona andina y los valles y pueblos indígenas minoritarios (6%) que viven en las tierras bajas de la región oriental del país[2].
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