Por Danilo Diaz
La noticia fue tan fuerte como el recto de derecha que lo identificó a lo largo de su carrera, donde logró el tricampeonato olímpico en Munich 72, Montreal 76 y Moscú 80. Teófilo Stevenson, el más grande pugilista amateur de la historia, murió de una cardiopatía isquémica el pasado lunes 11. Se fue en silencio, sin estridencias, como sucedió a lo largo de su enorme trayectoria.
Porque más allá de sus extraordinarios números, reflejados en los 301 triunfos sobre 321 combates, con un tricampeonato mundial en boxeo aficionado, Stevenson entendió a su deporte como la posibilidad de enaltecer al hombre. Un contrasentido, dirán los opositores a la disciplina que comenzó a humanizar el marqués de Queensberry en el siglo XIX. La razón corre por cuenta del cubano, quien entendió al boxeo como la opción de competir con el rival sin buscar aniquilarlo.
Stevenson peleó durante 20 años, cuando la lucha entre el Occidente capitalista y el Este socialista permitía dirimir, en cierta medida, el choque ideológico que protagonizaban las dos potencias que hegemonizaron el siglo pasado a través de la Guerra Fría. Desde su amada Cuba, el tricampeón olímpico de peso pesado representó la dignidad del deportista, capaz de elegir un estilo de vida, una idea, aunque muchos consideren que estaba equivocada, renunciando a todo lo que ofrecía Estados Unidos.
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