Por Danilo Mora Godoy, profesor de Historia y autor del libro “Los muchachos de la Ñ: historia de los anónimos”
“El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue”
Eduardo Galeano
Los primeros recuerdos que tengo, relacionados con el fútbol, es con esas interminables pichangas en el pasaje de la población donde vivía cuando niño, donde bastaban dos jugadores y un balón para armar un partido de final incierto. Hubiésemos jugado toda una tarde si de nosotros dependiera esa decisión, no importando el picor del sol a las tres de la tarde en pleno verano. El arco era medido con uniformados pasos, los verticales eran reemplazados por un cúmulo de piedras de diferente tamaño ¿y el travesaño? ni hablar, era imaginario y quedaba a criterio de los mismos participantes en el juego. Eso era todo el preparativo. Lo que venía a continuación era jugar.
Ese fútbol no sabe de millonarios traspasos, de sociedades anónimas ni del poder político-económico que ronda constantemente al fútbol. Frente a mi casa crecí viendo cada fin de semana fútbol amateur, de equipos de barrio. Alternaban la localía el Deportivo Chile, Cruz Azul y luego Barrabases.
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