Por Yerko Aravena / resumen.cl.- Hace 6 años, el 4 de diciembre de 2011, falleció un tremendo futbolista: Sócrates. Además de ser un jugador que desatacaba por su talento en la cancha, también pasaría a la historia por sus acciones fuera de ella, al ser un incansable luchador por la democracia en plena dictadura brasileña. Y no sólo eso, pues apostaría junto a amigos y compañeros de club (en aquel entonces, Zenon, Wladimir y Casagrande, entre otros, que formaron parte del equipo Corinthians Paulista) por promover la democratización de todos los espacios sociales, en donde el fútbol también formaba parte. De ahí surge la llamada “Democracia Corinthiana”, una breve experiencia de democracia directa, horizontal y en igualdad de condiciones entre todos quienes componían el club; futbolistas, directivos, cuerpo técnico, utileros, choferes, etc. los que participaban en todas las decisiones, las que eran deliberadas en asamblea en donde tenían derecho a voz y voto igualitario. Y esto tenía su razón de ser: La democracia no (sólo) se exige, sino que se practica, y está incompleta si no se instaura tanto en las estructuras políticas como en los espacios más particulares de la sociedad.
Por Deniz Naki (*).- El fútbol es el opio del pueblo. Tras esta sentencia “pseudomarxista”, aparentemente tajante, se esconden múltiples contradicciones. El fútbol, como el deporte en general, formaría parte de lo que Althusser denomina “aparatos ideológicos del Estado”, reflejando los valores de la clase dominante (competitividad, individualismo, éxito a cualquier precio), y contribuyendo a asentar y extender su hegemonía en la vida diaria. Sin embargo, el carácter social de este deporte, lo convierten también, con todos sus claroscuros, en un reflejo de los valores de las de abajo. El fútbol es hijo del pueblo, un terreno de disputa política, donde valores contrahegemónicos (solidaridad, elaboración colectiva, espíritu de equipo) pueden abrir brechas en el discurso dominante e, incluso, construir comunidad.
Un ejemplo histórico de las posibilidades que tiene la relación entre fútbol (aun de alta competición) y política (más allá de lo institucional), es el caso del Corinthians de los 80. Liderado por Sócrates, jugador tan elegante como progresista, este equipo de la liga brasileña consiguió aunar éxitos deportivos con un funcionamiento radicalmente democrático, transmitiendo que, más allá del valor de una victoria, conviene tener en cuenta cómo y para qué se lucha por ella. Una vez más, el derecho a decidirlo todo, para ganarlo todo.
El cineasta Pedro Asbeg presenta el filme “Democracia em preto y branco” que retrata un momento cumbre para la historia brasileña: la redemocratización a través de las demandas populares, la música y un movimiento que surgió en el club de futbol Corinthians.
Democracia en Blanco y Negro -su nombre en traducción al castellano- investiga un periodo fascinante de la historia brasileña en los años ochenta. Es el momento específico en que el futbol popular y los artistas de rock se vuelven el eco del canto del pueblo por la democracia.
Sinopsis: Estábamos en 1982. La dictadura militar completaba 18 años de opresión y censura, la música popular brasileña sobrevivía a base de metáforas y el club de fútbol Corinthians era dirigido por el mismo presidente en un período igual de largo. Fue en este contexto de política, fútbol y de crecimiento de los grupos de rock, en el que se vivieron algunos de los momentos más importantes en la historia reciente de Brasil.
Por Xavier A. Flores Aguirre .- Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, conocido simplemente como Sócrates, o como O Doutor, en virtud de la profesión cuyo estudio alternó con sus 404 goles, tenía según escribió Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra, “cuerpo de garza, altas piernas flaquísimas y pies pequeños que se cansaban fácil, pero era un maestro del taquito, y se daba el lujo de convertir penaltis con el talón”. Jugó en la selección brasileña de los mundiales de España 82 y México 86, pero yo lo recuerdo solamente en aquel mítico Mundial del 86 (el mundial del Diego) como aquel barbado centrocampista de la única selección de Brasil que ha despertado mis simpatías.
No me enteré sino hasta mucho después, mediante la lectura de un preciso artículo que publicó la revista Diners y la investigación que realicé para colgar un artículo en mi bitácora de internet que este sujeto de cortazariano aspecto es persona de profundo ideario democrático, cuyo ejemplo me interesa mucho porque defiende dos premisas que yo entiendo básicas para un concepto de buen gobierno: el respeto a la autonomía individual y la promoción del autogobierno colectivo. O Doutor Sócrates lideró una experiencia futbolera y política llamada democracia corinthiana, cuyo lema era “liberdade com responsabilidade” y que se puso en práctica en el equipo paulista Corinthians en tiempos de la dictadura militar brasileña (años 82 y 83).
Érase una vez un equipo de futbol en el Brasil de la dictadura militar que pasaba por un mal momento financiero y deportista. La gran mayoría de sus jugadores no ganaban las fortunas que hoy suelen ser los salarios de un Ibraimovitch o de un Cristiano Ronaldo. Los hinchas del Corinthians, un club de Sao Paulo, se quedaban con las ganas de volver a ver a su equipo favorito en la cima del campeonato brasileño. En 1981, el nuevo presidente de los Corinthians, Adilson Monteiro Alves, un sociólogo izquierdista de 35 años, propuso a los jugadores un método revolucionario para relanzar el equipo: socializó con ellos las ganancias de la venta de boletos y los ingresos provenientes de los derechos televisivos. Compartió los excedentes con los empleados y obreros, e instauró en el ámbito deportivo una verdadera autogestión.
Dos equipos de enorme arrastre popular rivalizaron por la última Copa Libertadores de América. Ganó el brasileño, que tiene una sorprendente y ejemplar historia vinculada a la mismísima democracia de su país, liderada por el ya legendario Sócrates, figura estelar de la selección brasileña de los años 80.
Si el partido de ida jugado en La Bombonera había sido pesado y cansino, el de vuelta en el Pacaembú de Sao Paulo fue entrecortado, impreciso y feo, aunque ciertamente intenso y emocionante para los torcedores del Corinthians, que están celebrando por primera vez en su épica historia, la obtención de la Copa Libertadores de América.
Boca quiso controlar el juego con iniciativa y siempre con la brújula de Juan Román Riquelme, pero éste que acaba de despedirse del equipo de sus amores por sentirse vaciado de motivaciones, cumplidos sus 34 años, tuvo una actuación plagada de altibajos como ya había sucedido la semana pasada cuando de un balón robado de sus pies nació la jugada para que el apenas ingresado Romarinho anotara el 1-1 al filo de la expiración del tiempo reglamentario.