Hay muchos recuerdos que un adulto puede tener de su infancia. Recuerdos familiares, de la escuela primaria, del barrio donde uno vivía, de los amigos y de los juegos.
Si tuviese que enumerar cada uno de ellos, podría pasar horas, porque de la familia y de los amigos uno tiene recuerdos que salen de la memoria a borbotones. Cumpleaños, vacaciones, salidas, pueden dar lugar a inolvidables anécdotas. El barrio, la escuela, los compañeros, llenarían hojas de relatos interminables.
Con los juegos de la infancia se podría hacer un libro. Las miles de batallas con soldaditos, tanques y escuadrones imaginarios conquistando el jardín. El yo-yo, el balero, el dinenti, el Scalectric, por Dios, que barbaridad la plata que se gastaba armando autitos para correr carreras. A medida que pasaba el tiempo, los autos eran más sofisticados y ocurría algo que con los años iba a comprender, el que tenía más guita, el ricachón de la barra, tenía el auto más veloz y que salvo algún sabotaje, no perdía carrera alguna.
Este libro es un culto a la amistad, al fútbol y al barrio, es porque dentro de los cuentos se rememora esas cosas simples. Al lector de más de cuarenta años, lo retrotraerá a su infancia y juventud. Al lector más joven, lo hará vivir una experiencia distinta y lo colocará en un sitio diferente. Quintana trata siempre de entretener y llevarlos a la lectura corta, pero lectura al fin, con un idioma bien propio del futbolero.
Eduardo Quintana creció pateando pelotas en las calles del barrio. Por eso, no es de extrañar que cuando se propuso escribir, esa experiencia de vida se viera reflejada en las páginas de sus cuentos y que el esférico, ese a cuyo alrededor de la que se centraba cualquier encuentro de la infancia, tuviera un protagonismo central, junto a su querido Racing Club de Avellaneda.
Eduardo Quintana, además ha escrito otros libros en clave futbolera, tales como, “Pasiones de Pibe” y “Cenizas de la Vida”, este último dedicado al Centenario del Club del Bajo Belgrano.
Un entrenador genera una idea, luego tiene que convencer de que esa idea es la que lo va a acompañar a buscar la eficacia, después tiene que encontrar en el jugador el compromiso de que cuando venga la adversidad no traicionemos la idea. Son las tres premisas que tiene un entrenador. Napoleón no era un táctico, sino un estratega. Si tenía que cambiar, cambiaba. Eso vale para el fútbol también. Cesar Luis Menotti