Por Mikel Zubimendi.– Las investigaciones paralelas en EEUU y Suiza en torno a la FIFA han puesto altavoz a lo que era un secreto a voces, un gobierno global del fútbol lleno de sobornos, incapaz de comportarse decentemente y demasiado preocupado en el máximo beneficio.
El deporte y el escándalo son íntimos amigos. Donde hay dinero, hay codicia. Cuando hay codicia, hay trampa y estafa. Y donde hay poder siempre habrá tentación de corromperse. Y si ese poder es absoluto, como el que ejerce la FIFA en el fútbol mundial, la posibilidad de corromperse absolutamente se hace demasiado tentadora. Quizá, la despiadada cultura de un capitalismo implacable hace imposible comportarse decentemente y, sencillamente, los últimos escándalos que están salpicando al órgano de gobierno del fútbol mundial responden a esa lógica.
Pero el fútbol es también placer, es socialización, es aprendizaje de reglas y respeto al otro. Posee, indiscutiblemente, formidables cualidades que justifican la pasión que genera en el mundo. No obstante, tiene una gran paradoja: es un deporte convertido en industria global que mueve miles de millones de euros desde 1990 por la inversión en derechos televisivos y publicidad corporativa. Funciona según el modelo de las transnacionales capitalistas: la principal preocupación es conseguir el máximo de beneficio. Y como ocurre en el mundo de los grandes negocios, en el gobierno mundial del fútbol existen también la geopolítica, la ley del silencio, un sistema clánico que reproduce «padrinos» y «familias» en el seno de una institución dirigida desde el caudillaje.
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