Por María Cappa.- Sobornos, amenazas de muerte, coacción, suicidio. Mafia. Han pasado algo más de dos meses desde que comenzó en Nueva York el juicio contra varios altos cargos de la FIFA, de múltiples cadenas de televisión y algunas entidades bancarias, y los relatos que nos llegan de los periodistas que lo están cubriendo parecen sacados de una biografía de Al Capone. Uno de los testigos –que aceptó colaborar con la justicia estadounidense a cambio de no ir a la cárcel–, el argentino Alejandro Burzaco (expresidente y ex director ejecutivo de Torneos, una de las productoras de contenidos deportivos más importantes de América Latina), ha señalado a Fox Sports (la división estadounidense), Televisa, Globo y la española Mediapro como algunas de las empresas implicadas en el pago de sobornos para quedarse con los derechos de retransmisión de los grandes eventos futbolísticos. Todas ellas aparecían en el escrito de acusación del FBI cuando se destapó el llamado FIFAGate, hace ya dos años y medio.
La colaboración necesaria entre directivos corruptos y corruptibles y empresarios corruptores es uno de los patrones recurrentes en este ambiente. Y es que, por más que la FIFA controle en solitario el fútbol a nivel mundial, no es la dueña en exclusiva de determinadas prácticas delictivas. En España, por ejemplo, se han dado y se están dando múltiples casos. El más reciente, el que sitúa a la Federación de Fútbol en el centro de la Operación Soule. Estafa documental, corrupción entre particulares o administración desleal son algunos de los delitos de los que se acusa a cerca de cuarenta imputados; entre ellos, el hasta ahora presidente de la RFEF, Ángel María Villar (apartado temporalmente de su cargo), su hijo Gorka y el presidente de la territorial de Tenerife, Juan Padrón. Aunque lo más extendido en este país son los casos de corrupción inmobiliaria; dueños de constructoras que se apropian de clubes de fútbol como excusa para lucrarse (a costa del club y, por ende, de sus socios y aficionados) por medio de la especulación. Algo que, según Transparencia Internacional, ha sucedido gracias a la complicidad de los organismos públicos locales y regionales.
Lo narrado ocurrió hace un par de semanas, en nuestra Escuela Fútbol Rebelde, en San Miguel
“El otro día paramos un partido, porque un niño encaró a otro de su propio equipo porque no fue con fuerza al balón, pero no le pedía más entrega ni compromiso con el colectivo, sino que “jugara como hombre”.
Nos juntamos en el medio de la cancha y les explicamos que esas actitudes cuentan como faltas, y que en Futbol Rebelde, así como no dejamos espacio al racismo, el chauvinismo y la xenofobia, tampoco se lo dejaremos al machismo, el sexismo y la homofobia. Luego de esto, con opiniones de varios de los niños y niñas, el partido prosiguió y al final se volvió a hacer hincapié en intentar sacar de nuestras cabezas y de nuestros espacios -los del pueblo- esas ideas que permiten que las injusticias de todo tipo perduren.
Por Camilo Améstica Zavala (*).- Aun tras seguir la temática durante un tiempo considerable, no dejan de sorprender las declaraciones con que el periodismo deportivo nacional rasga vestiduras contra el denominado registro nacional del hincha y contra la prohibición de las hinchadas visitantes, últimas medidas anunciadas por los clubes y el Estado para enfrentar las problemáticas del fútbol profesional chileno. Sorprende pues vienen de las mismas tribunas desde las que se ha colaborado activamente durante largos años con el sensacionalismo y la desinformación respecto al tema. Los mismos que hoy dicen salir en defensa del fútbol y de los hinchas, son responsables de que este tipo de medidas aparezcan en el horizonte; son ellos los que tras repetir hasta el hartazgo su superficial e irresponsable línea editorial, consiguieron lo que buscaban, ponernos ante el riesgo –y ahora de verdad- de matar el fútbol.
Y es que aquí se debe ser claro, el fracaso de todas las políticas públicas y privadas que se han tomado para enfrentar el problema de la violencia en el fútbol no tiene que ver con la falta de recursos o con las oscuras intenciones que algunos actores pudiesen tener, su fracaso es producto del déficit estructural en la práctica de identificación y diagnóstico de la problemática y no solo de esta, sino que de la seguridad pública nacional en general. Cuando hoy se habla de combatir la violencia en los estadios podemos estar seguros de que los que hablan no se han dado a la tarea de saber a ciencia cierta qué es aquello que se está combatiendo, se actúa en la completa oscuridad tras el velo de una construcción equívoca y poblada de mitologías; una obra cimentada en la imperiosa necesidad de construir enemigos públicos que lleva a asumir como ciertos los múltiples mitos neoconservadores que los discursos político y periodísticos invocan, reafirman y ritualizan cada vez que la pauta se los permite, negando de paso cualquier posible solución.