Por Sebastián Ripeti.-Si los 12 de octubre en América Latina se conmemora el despojo y el genocidio a nuestra cultura, en España se celebra como gran acontecimiento el día de la hispanidad. La Historia oficial consensua con el encuentro de dos mundos. Lo cierto, es que desde ese entonces Europa necesito de América para ostentar su riqueza y gloria.
Ya no sería el oro que desembarcaría desde los puertos de Buenos Aires hacía Europa, serían nuestros jugadores, y con ello, nuestra riqueza humana. Hoy los jugadores de fútbol, cual materia prima, son vendidos desde la infancia a oligarcas europeos o jeques de oriente. Los veedores de los clubes europeos, algo así como los conquistadores mandados por la Corona, buscan llegar con la mejor materia prima para su amo, con un no menor recorte económico para el conquistador. Perdón, veedor.
Es que el fútbol moderno se instaló, desde Europa al mundo, buscando borrar los valores esenciales que nos entrega la pelotita. Hoy el fútbol de América Latina, de la calle, de los barrios, es resistencia frente a los dólares y euros que dominan el fútbol. Es expresión de la histórica resistencia del sur hacia el norte. Paradójicamente, por quién patentó la frase, hay cosas que el dinero no puede comprar.
Y es que nuestro fútbol ha cambiado tanto las últimas décadas, como el mundo mismo. La tradición del siglo XX nos acostumbró a ver, quizás imaginariamente, una condición más equitativa entre las selecciones sudamericanas y europeas. Las desigualdades económicas condicionan el desarrollo del fútbol, como así condicionan la relación en todo ámbito entre los países del primer mundo con sus respectivas periferias.