Por Cristobal Bley.- Como se sabe, el de hoy no es el primer partido entre Chile y Australia en un mundial. Hace 40 años, cerrando el grupo A, la Roja del Zorro Álamos guardaba cierta esperanza de clasificar a segunda fase. Tenía que ganarle a los australianos y esperar que, como luego lo haría la historia, los alemanes capitalistas derrotaran a sus compatriotas comunistas. Ninguna de esas cosas pasó.
El partido fue fome. Cero a cero. Australia se defendió bien y Chile atacó mal. A pesar del retorno de Caszely —el primer jugador en ver la tarjeta roja en la historia de los mundiales, en el debut—, la Selección no pudo. En el segundo tiempo, aparte, se largó un diluvio que inundó al Olímpico de Berlín y el partido se transformó en un desperdicio total.
Mientras permanecieron concentrados, la Asociación Central les prohibió a los jugadores chilenos dar entrevistas con medios extranjeros. Nadie podía hablar. Tampoco leer los diarios —¿el Pollo Véliz sabía alemán?— ni escuchar la radio. Estaban encerrados, sin contacto exterior: la idea era mostrarle al mundo que no había nada que mostrar, que Chile era un país en paz, donde los defensas eran altos, los delanteros rápidos y se escuchaba a los Huasos Quincheros.
Por Carles Vinyas.- El pasado 15 de enero se cumplían 95 años del asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, abogado antibelicista y cofundador del Partido Comunista de Alemania (KPD) y de la publicación Die Rote Fahne (La bandera roja). Ambos crearon la Spartakus Bund (Liga Espartaquista), un movimiento marxista revolucionario. Casi cien años después Liebknecht da nombre a un estadio de fútbol y su rostro se perpetúa como imagen de la hinchada de un club que se debate entre el profesionalismo y el amateurismo, el Babelsberg 03.
LA REVUELTA ESPARTAQUISTA. GOLPE A LA REPÚBLICA WEIMAR
Los integrantes de la Liga Espartaquista participaron a inicios de enero de 1919 en el denominado Levantamiento espartaquista (Spartakusaufstand) en Berlín que fue reprimido con dureza por las fuerzas contrarrevolucionarias formadas por el Ejército y los Freikorps, las milicias paramilitares ultranacionalistas integradas por veteranos que habían luchado en la Primera Guerra Mundial. La sublevación, iniciada con la huelga general convocada por el denominado Primer Congreso Soviético de Alemania para derrocar al gabinete presidido por el socialdemócrata Friedrich Ebert, no contó al principio con el apoyo de los dirigentes comunistas. Fue precisamente Liebknecht quien convenció a sus camaradas para sumarse a las movilizaciones.