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Agrupación Deportiva Rayo Vallecano-Sociedad Deportiva Eibar, jornada de Liga en Vallekas. De nuevo un encuentro que se juega un lunes a las 21.00h. Otra vez más, partido entre semana donde vuelven a surgir los quebraderos de cabeza y los inconvenientes que suponen para el aficionado estos horarios, tanto para los locales como para aquellas personas dispuestas a desplazarse para seguir a su equipo.

Por un lado tenemos un equipo recién ascendido por primera vez a la máxima categoría, disfrutando de la gran ilusión que supone jugar en Primera. Su afición, conocida por seguir al equipo por todos los estadios, en mayor o menor medida, pero siempre al pie del cañón siguiendo al club de sus amores.

Por otra parte el Rayo Vallecano, originario de un barrio obrero donde se respira fútbol por los cuatro costados y cada partido es una auténtica fiesta.

Con estos ingredientes, y pese a la distancia entre ambas ciudades, se daban las circunstancias adecuadas para que las calles de Vallekas se tiñeran con los colores de ambos equipos y vivir un ambiente futbolero, alegre y de convivencia, el verdadero espíritu que da sentido al fútbol.

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En éuskaro rincón escondido
hay un pueblo, olvidado tal vez,
donde impera por ley el trabajo
que es orgullo sin ser altivez.
Copla popular

Prólogo

«¿La clave del Eibar? Nunca se ha gastado más de lo que se necesitaba gastar. Nunca se han hecho saraos, ni hostias. Los directivos siempre han mirado la economía como si fuera la de su casa. Y por eso las cosas van saliendo. Con paciencia, pero van saliendo». En realidad el reportaje podría acabar aquí mismo, con la síntesis apresurada de un vecino de Eibar que se toma un café a unos cincuenta metros de Ipurua, el estadio de la Sociedad Deportiva Eibar. Pero vamos a continuar un poco, a extender el texto para explicar por qué el Eibar, un modesto equipo de una ciudad de veintisiete mil habitantes (la mitad del aforo del nuevo San Mamés) encajonada entre montañas, es un ejemplo titánico contra el despilfarrador y deshumanizado fútbol moderno. He aquí la fábula —sin pretensiones ni moraleja— del pequeño contra los grandes.

Capítulo uno: Llegar de jugar e irse a trabajar

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