Por Carolina Reyes Torres (*).- Es raro, me gusta y no me gusta el fútbol. No me gusta el negocio del fútbol, la danza de millones para “comprar” a un ser humano y que este realice sus mejores piruetas en una cancha europea, como en las ferias universales de Londres o París de principios de siglo XX. No me gusta la utilización política que se quiere hacer con el fútbol, de los unos y los otros, pero debo reconocer que el fútbol venezolano mejoró con Chávez. No me agrada que el modelo de los chiquillos de escasos recursos sea ser futbolista para ganar millones, aunque esto al parecer es culturalmente propio de Latinoamérica. En China los chicos sueñan con ser grandes pianistas para ganar millones. No me gusta que el fútbol sea el nuevo opio del pueblo, pan y circo. Farándula y fútbol, podríamos decir hoy.
Como es raro hay cosas que sí me gustan, pero al parecer son más tangenciales. Me gusta que un partido de fútbol cambie el transcurso del horario de un día, puede ser un miércoles, pero si ese miércoles juega Chile contra Brasil ese solo enunciado marca el destino del día en cuestión, que se divide entre la gente que quiso ver el partido y lo vio, los que quisieron y no pudieron y los que de frentón no quisieron verlo por distintos motivos, los inadaptados del margen, entre los cuales, en muchas ocasiones, yo también me he contado.
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