Por María José Pulgar.- Nelson Quichillao ya no está. El hincha de Cobresal murió baleado mientras defendía su derecho a manifestarse en pos de lo que creía justo.
El socio 2825 de Cobresal murió un día antes de ver el debut- frustrado- del plantel en un nuevo torneo de Apertura. Murió producto del abuso de poder y la violencia excesiva, esa misma que hoy en día tiene en jaque a varias hinchadas.
Murió, supuestamente y según las pericias, por una bala que rebotó en una maquinaria. Murió por una especie de fatídico error arbitral y un tiro libre indirecto que nunca se debió ejecutar.
No es que piense o afirme que el carabinero que disparó – o quien le ordenó hacerlo- haya querido matar conscientemente a los manifestantes. No lo sé, no puedo saberlo. Pero sí sé que la lógica indica que disparar a las maquinarias es como un centro buscapié a la fatalidad.
Y sí, sigue siendo como en el fútbol, salvo que en este caso la mala fortuna no fue el principal factor – dentro de los múltiples que se conjugan en los 90 y más- del resultado final. El principal fue la mala decisión de quien cobró ese libre indirecto y también de quien lo pateó: ese equipo de verde que de fair play no sabía nada y que de fire play lo sabía todo.
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