
Juan Cristóbal Guarello.- El próximo año las sociedades anónimas cumplirán una década instaladas en el fútbol profesional chileno. Antes de que el calendario indique la cifra redonda, y los consiguientes champañazos y columnas laudatorias, es bueno hacer un análisis un poco más fino sobre la actual propiedad, administración y destino del producto. Hay varios detalles que resultan interesantes y reveladores, de la misma manera son simétricos sobre los paradigmas económicos que manejan el país, o, si se quiere, de la forma integral en que Chile marcha.
Durante mucho tiempo se criticó con dureza la disociación que había entre el manejo económico del país y el que se verificaba en el fútbol profesional. Esto es, mientras Chile tenía una política económica “moderna” que espoleaba el crecimiento (los alegres noventa), el balompié se mantenía estancado en añejas estructuras organizativas, donde campeaba la ineficiencia, la corrupción y se dejaban escapar esplendidas oportunidades de desarrollo. La nación veía florecer por todos lados carreteras, centros comerciales, aeropuertos y todo tipo de emprendimientos, mientras el fútbol continuaba anclado a los viejos clubes sociales y deportivos, con estadios antiguos, propios del sistema económico estatal y anacrónico, ya enterrado por la historia según todos los gurús de moda.
Los ataques desde los medios eran despiadados, así como las noticias sobre jugadores impagos, clubes en bancarrota y dirigentes ladrones. Paulatinamente se fue creando un ambiente propicio para el cambio. Dada la envergadura social que tiene el fútbol, resultaba inconcebible para los grandes intereses económicos mantenerse al margen de una dinámica tan potente. La estructura, que había durado con pequeñas variaciones algo más de siete décadas, sería desmantelada de manera eficaz en menos de cuatro años. Pero el golpe debía ser contundente, a prueba de dudas o voces críticas. Es aquí donde entra la quiebra de Colo Colo.
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