De Bielsa como un loco con permanenente principio de realidad. De los bielsistas como creyentes agnósticos y despatriados irremediables que se transforman según el rumbo del “loco”. Y del bielsismo como el hogar de todos los desarraigados del mundo unidos.
Marcelo
Ser bielsista es un poco una aventura. En el año 2002 hordas de inconscientes remaron por nuestra desaparición. Perseguidos por perder. Pero Bielsa nunca pierde. La República de Platón comienza diciendo que los justos nunca ganan. La derrota no se perdona en el reino del exitismo. Ser perseguido es un placer. Ser despreciado, una honra. Ser un paria, un orgullo. Ser bielsista, un derrotado anticipado. El bielsismo, siempre por la cuerda floja en dirección al abismo. Es la crónica de una derrota anunciada. El placer del sufrimiento por la búsqueda del placer.
Una idea recurrente del internacionalismo sostiene que la patria no se hereda, se elige. El bielsismo sería la filosofía que le da techo a todos los desarraigados del mundo. El hogar de los desamparados del sistema, de la política, de las ideologías, de los nacionalismos, de las religiones, de los negocios, de la realidad. Y de todo lo demás también. Es el hogar del escepticismo. Cada escéptico tiene a su vieja y a su club, y además, su bielsismo. Cada escéptico se hace hincha irremediable del equipo donde Bielsa entrena. Fundamentalistas del vértigo, creyentes del presing, toque, relevo y rotación. Amantes desaforados del ataque, la creación y el gol. Contradictorios y complejos creyentes agnósticos, embarcados en la irracional búsqueda de la inútil razón. Embarcados en la aventura de la transformación.