Los nuevos presidentes de Independiente, Javier Cantero, y de Estudiantes, Enrique Lombardi, quieren terminar con las patotas del fútbol. Cómo es el histórico plan para combatir la violencia, los aprietes y los negocios sucios.
El miércoles 18, Agustín Rodríguez se convirtió en la víctima 259 de la violencia en el fútbol. Lo mataron a golpes en la cabeza, en una pelea que dos facciones de la barra brava empezaron en el polideportivo de Nueva Chicago. Justo antes, el presidente Antonio Fusca había intentado lo imposible: convocar a los bandos para acercar posiciones. En medio del caos, le gritó dos frases sintomáticas a un barra: “La seguridad me chupa un huevo, yo quiero ser campeón”. Y “muchachos, yo salí de la tribuna, mañana ustedes pueden estar acá”. Demasiado cerca de los que alientan por la plata. Comprobado el fracaso de las relaciones carnales, hay dos hombres que decidieron probar otra cosa. Javier Cantero –consultor en la empresa HYTSA e ideólogo del cambio de nombre de la calle Cordero por el inolvidable Bochini– asumió la presidencia de Independiente el 21 de diciembre de 2011 con un mandato claro. “El club es de los socios”, gritaron sus 7.000 votantes. Las cosas no empezaron fácil: después de reunirse con su antecesor Julio Comparada, el jefe de la barra roja, Pablo Álvarez, lo esperaba afuera. “No hay plata para nadie”, le dijo Cantero a Bebote, que renunció al cargo con un insólito texto publicado en Facebook. En los días siguientes, el presidente confirmó que todos los socios gozarían de los mismos derechos. Lo mismo piensa Enrique Lombardi, presidente de Estudiantes de La Plata desde el 3 de octubre. Arquitecto, profesor universitario e –increíble coincidencia– diseñador del nuevo estadio de Independiente, asumió en un club que viene dulce en el último lustro, Copa Libertadores incluida. Como Cantero optó por enfrentar a la barra, cortándoles el suministro de tickets y dinero. Como a Cantero, el vuelto le llegó rápido. Cuarenta y ocho días después de la asunción, dos bombas de estruendo provocaron la suspensión del partido Banfield-Estudiantes. Habían llegado desde la segunda línea de la barra, en llamas porque Lombardi les aplicó el derecho de admisión. Otro ladrillo en la pared para dejar afuera a los violentos de las canchas argentinas.