Por Javier Moreno.- Eran los años setenta y en medio del fervor revolucionario la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá estaba fuera de control, tomada por protestas estudiantiles, reuniones de células urbanas de las varias guerrillas y empapelada de pancartas. Todos los días grupos de jóvenes idealistas enruanados se acostaban en la setenta y dos a parar el tráfico y exigir otros mundos. Las batallas con la policía eran frecuentes y sangrientas. El rector estaba desesperado y decidió desalojar la universidad por unos días. Para reforzar el desalojo compró unos perros pastores alemanes gigantes que repelieran cualquier intento de retoma.
Lo que cuenta la leyenda es que en medio de todo eso, una noche, como acto reivindicativo, un estudiante valiente de educación física claramente loco decidió saltar las rejas y entrar a la universidad para reclamarla. Los ladridos le advirtieron que tenía poco tiempo. Intentó correr hacia la seguridad de alguno de los edificios pero los perros lo agarraron y le arrancaron media nalga. Los vigilantes tuvieron que rescatarlo antes de que lo despedazaran. Lo llevaron al hospital. Un testigo presencial me cuenta que el rector recibió una llamada en medio de la noche y tuvo que salir de carrera al hospital a asegurarse de que todo estuviera bien. De regreso en la casa, con la situación aclarada, le contó a sus hijas que un estudiante se había metido a la universidad pero los perros le habían dejado ese rabo hecho chicha. El muchacho por fortuna sobrevivió.
La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. Eduardo Galeano