Por Sebastián Liera.- Charles Itandje nació en Bobigny, Francia, mide 1.93 metros de altura y actualmente es el portero de la selección nacional de un país que al término de la Primera Guerra Mundial y luego de haber sido una colonia alemana se lo repartieron Francia y Gran Bretaña hasta 1960, año en el que alcanzó su independencia. En la Copa Mundial de la FIFA en Brasil recibió ocho goles, cuando escribí la primera versión de estas notas llevaba cinco y yo pensé que a lo sumo sólo recibiría dos o tres más. El 13 de junio de 2014, cada que hacía un despeje de balón, las y los hinchas mexicanos, con una inteligencia neandertal que hubiera sido una delicia para Elias Canetti, le gritaban a una sola voz: “¡Puto!”.
La FIFA, asociación cuya voracidad está siendo probada en carne propia por quienes en Brasil aman el futbol pero no al costo que está significando el Mundial en sus tierras, se erigió en la Iglesia que tan lúcidamente desveló John Oliver en su programa “Last Week Tonight” y blandió una sanción económica a la Federación Mexicana de Futbol para dizque prohibir el grito que el grupo Molotov elevó a himno nacional. Existían otras sanciones, como partidos a puerta cerrada o expulsión del seleccionado, pero hubieran significado pérdidas millonarias para quienes aprobaron que los estados homofóbicos de Rusia y Qatar sean las sedes de la fiesta mundial del futbol en 2018 y 2022.
No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse por la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. Ernesto Che Guevara